martes, 24 de julio de 2007

Una carta de Adolfo Ruiz Díaz referida a "El Borges Bocasucia"

Estimado amigo Lecuna:

Empecé la Colecticia Borgesiana por su "Borges boca sucia".
Antes de extenderme en algo así como una censura, entendida en inglés: “crítica, comentario”, según Borges recuerda en su casette mutilada, le diré que la colecticia me gusta, y me es fácil decirle por qué. Es un libro joven, directo, sin pedanterías metodológicas ni adivinanzas lingüístico estructuralistas que me aterran. A ratos, en momentos de saturación contra estos metalenguajes sin mayor meta, a excepción de relevarnos del placer de leer con gusto y ponernos en maestros de dialectos para iniciados, pienso que Borges en particular y la literatura en general están en peligro de des-aparecer o de deformarse. Lo que importa, al parecer, es la trasposición a un código prefijado y no las obras, la palabra misma de los escritores. Y su libro es como una persona que sabe leer y sabe hablar sin empeñarse en mostrarnos que sabe mucho y mostrarnos el currículo.
El tema de las palabrotas en Borges y de un Borges boca sucia es un tema en serio.
Creo que Ud., más allá de la divertidísima charla en el departamento de la calle Maipú, debiera llevar todo esto a un ensayo.
Borges, en efecto, eludía las llamadas palabrotas o las que nombran cosas o acciones que consideraba "sucias".
Pero, como Ud. sugiere, era un modo de destacarlas.
Las hacía brillar por su ausencia en el escrito.
No obstante, al final de su vida, hay algún "puta" en una de sus milongas y, si no recuerdo mal, realzado por la rima.
Quizá le quedó a Borges, aparte de razones más serias, el recuerdo de una observación prohibitiva de Natalio Botana, cuando JLB publicaba en “Crítica”, lo que fue su "Historia Universal de la Infamia".
Botana le advirtió que en “Crítica” no se podía imprimir la palabra "fornicar"... Lo mismo que en una revista argentina dedicada a la mujer, aún hoy está vedado decir "orgasmo".
Me contaba uno de los redactores, que tienen que internarse en las perífrasis más complicadas cuando escriben acerca del “vertiginoso instante del coito” borgesiano.
A Borges le gustaban las malas palabras con evocación más o menos antigua.
Por ejemplo, le gustaba decir manflora o manflorón refiriéndose a algunos colegas.
Y también le he oído, denigrando el prólogo de Ortega a “De Francesca a Beatrice”, de Victoria Ocampo, preguntarme si yo no creía que Ortega estaba caliente con Victoria, y unas cuantas puteadas aquí o allá que en realidad atenuaban la condena expresada poco antes sobre un libro o, simplemente, un título.
En fin, amigo Lecuna, le prometo que le seguiré frecuentando su libro, y le pido me perdone por esta lata de porteño nostálgico.
Reciba el afecto de este amigo cercano a la cordillera y espero que alguna vez volvamos a vernos. Le manda saludos mi mujer, una morocha deliciosa que me conquistó cuando yo estaba de decano y ella de alumna de primer año. Lo mismo mis tres hijas, Mariana, Vera y Julieta. (The bishop no ha querido concederme un varón...)
Suyo
Adolfo Ruiz Díaz
Mendoza, 1986

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